Hace un tiempo, paseando por Pamplona, me topé con un tipo de lo más singular: camisa verde, chaleco amarillo, pantalón azulón… No sé si conocéis esta ciudad (como Navarra, ¡no puedo dejar de recomendarla!), pero sus gentes nos caracterizamos por ser un tanto introvertidas y huir de cualquier elemento que llame mínimamente la atención. Y ahí estaba él, caminando por plena Estafeta, ajeno a todas las miradas e iluminado un día de lo más gris.
Más allá de su vestimenta, lo que realmente me maravilló fue una pequeña antena que salía de su cabeza. La curiosidad pudo conmigo (como navarra, también está en mí ese gen de cotillear qué pasa en la plaza del pueblo oculta tras el visillo) y, en cuanto pude, saqué mi móvil para averiguar de quién se trataba. La primera entrada en Google tras introducir los términos “hombre antena” me dio la solución: Neil Harbisson, pionero en haber sido reconocido por un Gobierno (Reino Unido) como ‘cíborg’. ¿Por qué?
Harbisson padece monocromatismo, una condición que le impide apreciar los colores. Ello le llevó diseñar el dispositivo que porta en la cabeza, que le permite identificar qué colores le rodean al transformarlos en ondas sonoras. Es decir, escucha y siente los colores.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con la comunicación? Más de lo que puede parecer. Su espíritu inquieto le ha llevado a seguir investigando y ha desarrollado varios dispositivos para ayudar a personas a cubrir ciertas carencias, como el sentido de la orientación. Pero lo más interesante es el planteamiento que él hace de su negocio: “Somos la primera generación que puede diseñar cómo quiere percibir la realidad y qué sentidos quiere percibir”, afirma.
Esta reflexión me lleva a plantearme hacia dónde debemos dirigirnos como profesionales de la comunicación. ¿Cómo debemos orientar a nuestros clientes? ¿Cómo contribuir a que su mensaje cale en sus públicos de interés? A mi parecer, las palabras por sí solas ya no son tan eficaces. Ahora, necesitamos emociones, crear nuevas experiencias, generar nuevos sentimientos. Debemos ayudarles a diseñar esa realidad que la sociedad quiere percibir.
El reto es grande y, sin duda, los espacios en blanco son aun innumerables, por no entrar en cuestiones éticas y morales. Dudo que nuestra profesión pase por la promoción de legiones de cíborgs, pero creo que debemos hacer un viraje hacia las necesidades –tanto materiales como afectivas- de nuestra sociedad. A través de la comunicación podemos promover un cambio social. Casi nada. Por el momento, yo voy a seguir intentado escuchar el color. ¿Te apuntas?