Ninguna empresa se olvida de alzar su bandera de valores para vender, pero… ¿los utiliza para reclutar?
¿Por qué cada vez más las compañías exponen sus valores corporativos y aplican tests de autoevaluación con los que medir la coincidencia de los valores personales y de la empresa?
Conocer y aproximar el grado en el que el enlace emocional del candidato será fructífero en la empresa es el factor clave que hace de este modelo una apuesta segura para el futuro: analizar los éxitos debidos al comportamiento.
En un mercado saturado de talento, lo vital para las empresas reside en atraerlo mediante afinidad de valores y cultura de empresa (donde entra en juego la calidad del employer branding que haga la compañía), buscando encajar aún más al empleado con la empresa.
Hasta tal punto es importante compartir valores (para mejorar el rendimiento del equipo) que no es de extrañar que la mayoría de empresas que abogan por este método figuren en los puestos más altos (o en el ranking) de la lista Best Workplaces. Como ejemplos más destacados, y a la vanguardia, encontramos a IKEA, Decathlon, ING Bank, Randstad, Grupo Vips, Mars, Adecco, H&M, Liberty Seguros, Amazon, Leroy Merlin, Kiabi, Brico Depot…
De forma más interactiva, innovadora o simplemente añadiendo preguntas situacionales, las empresas comienzan a incorporar métodos para averiguar la idoneidad del candidato al puesto ofertado, no sólo por capacidades académicas y experiencia laboral, sino por actitudes, aptitudes y valores personales.
En un entorno en el que las empresas necesitan personas polivalentes, perfiles líquidos capaces de desarrollarse en todos los sentidos y cuando sea necesario (desempeñar diferentes roles), y en esta nueva realidad, donde el talento busca emocionarse con los proyectos que desarrolla, es vital encontrar la fórmula en la que ambas partes (compañía y persona) puedan fusionarse. Recae por tanto, todo el peso en el proceso de selección. Lo provechoso y emocionante es, por tanto, escoger a la persona idónea para el equipo y no a la mejor.