En la sociedad actual, hiperconectada, donde los cambios se suceden a velocidad de vértigo, ha arraigado la idea de que lo nuevo es siempre mejor. Basta con observar cómo las aplicaciones de los móviles se van actualizando casi sin pedir permiso, de forma que cuando nos damos cuenta, la inmensa mayoría de las redes sociales que utilizamos poseen exactamente las mismas herramientas. De repente, ninguna ofrece nada realmente nuevo, ni marca la diferencia con el resto.
Las grandes empresas se dedican a realizar una carrera de fondo del “y yo más”, preocupadas por ofrecer lo mismo que el resto cuanto antes, para no quedarse atrás, con lo cual se olvidan de que el aliciente de tener varias redes sociales con las que comunicarnos es la oportunidad que nos ofrecen de mostrar nuestra vida de una forma distinta cada una.
Un vídeo, una frase, una imagen, o un conjunto de ellas. Antes cada red social tenía su propia seña de identidad. Podrían convivir perfectamente en armonía ofreciendo herramientas diferentes que las vuelvan originales y que hagan que los usuarios se mueran por probarlas.
Con la aparición de internet se ha abierto un mundo lleno de posibilidades que explorar. Las nuevas opciones que permiten crear imágenes en movimiento como si de magia se tratase, o retrasmitir videos en directo, demuestran que algunas ideas nuevas merecen mucho la pena, ofreciéndonos diferentes formas de contarle al mundo cómo somos, qué nos gusta y cómo vivimos nuestra vida.
Sin embargo, en la práctica, este creciente empeño por igualar la oferta del resto está constriñendo unas opciones que, en teoría, la tecnología permite expandir. Mantener las señas de identidad propias es uno de los desafíos que afrontan hoy las redes sociales.